miércoles, 21 de diciembre de 2022

Qué bello es vivir.

 Es curioso cómo determinadas canciones marcan ciertos momentos a fuego en tu cabeza. Parece que en estas entradas escribo penurias, pero en realidad no son así. Esto intento que sea una carta cargada de esperanza para que cuando las cagadas te desesperen puedas recurrir a ella, porque a mí me gusta cada cosa que la vida nos ofrece, y hoy vengo a hablar de una que por desgracia me ha tocado cerca, el cáncer.

El viernes pasado nos dijeron que mi madre tiene cáncer, cosa incomprensible porque ella creo que es Leo, pero creo que no entiendo bien estas cosas médicas, así que sigo a lo mío. Mi madre es uno de esos casos de maravilla, que sorpresivamente su cáncer se ha "curado" con una operación, 40% del hígado menos y arreglado. Lo de los números lo entiendo bien, lo del cáncer no.

Y por qué qué bello es vivir, porque en los días grises escucho las canciones de mi querido Kanka, y cuando mi madre me ha escrito para decirme que tenía cáncer es la canción que estaba escuchando, pero el destino tiene giros y retuerces por donde no te los esperas. Cuando mi madre me ha escrito para decirme que el cáncer ha sido un compañero laxo y que con sólo una operación le ha preferido abandonar estaba de nuevo escuchando que bello es vivir.

Ironías de la vida, supongo.

El placer me reconforta y el dolor me fortalece. Disfruta cada segundo, que no sabemos cuando el Kanka nos va a dar una vuelta de tuerca y vamos a estar fatal y quejarnos muy poco. Un día que te vea ya te cuento alegrías, que esto va de penas y penu(t)rias que para algo escucho cantautores que cantan a su desamor.

Y cierro por aquí, que te noto en la cara que estás deseando que acabe para hincharte de, para hincharte de aplaudir...

miércoles, 12 de octubre de 2022

Carta ausente

Hoy he estado escuchando, como casi todos los días por otra parte, a Ismael. Spotify en su infinita sabiduría me ha puesto una canción que empieza diciendo: "hola soy yo, sólo llamaba, porque estos lunes siempre me matan". Así que he decidido seguir el ejemplo de Ismael y dejar este mensaje en un contestador un tanto atípico.
Mi mensaje empieza con un ¿qué tal?. En esta entrada me voy a evitar el tránsito de ser prosopopeico y voy a ser bastante directo; la última vez que hablamos frugalmente me quedé preocupado. Quizá fue sin motivo, pero esa preocupación estaba ahí y como tampoco quiero ni creo que tenga el derecho de preguntarte asiduamente pues te pregunto por aquí. Tendré el síndrome del docente, ese que nos hace repetir una y mil veces las cosas, pero voy a seguir repitiéndome. ¿Qué tal?
Cuando preguntamos qué tal, de normal es una pregunta de tránsito para ver qué nos deparará una conversación, en este caso no lo es. Realmente quiero saber de ti, quiero saber cómo estás, cómo van tus metas y tu vida.
Aunque este miércoles casi me mata, ha amanecido pronto. Debe ser un síntoma de la edad, cada vez amanezco antes y me acuesto más pronto. Te puedo contar que mi almohada ha estrenado cenizas, aunque hubiera preferido que no fuera así. Tengo, o más bien tenía, un compañero que me ha dejado recientemente, se llamaba Google, un gran perrete al que la vida se le hizo cuesta arriba y ahora a mi su ausencia hace que las cosas me vayan un poco cuesta arriba también.
Sigo de paso por los mismos bares de siempre, en este mi norte. EL bokeh ya no existe, pero de vez en cuando paso por la calle del sol y me acuerdo de nuestro Azul, encerrado por fuera de unos barrotes haciendo compañía a los viandantes. Fuimos unos vándalos.
No tengo miedo a volar, pero tampoco tengo la necesidad. De vez en cuando viajo, cuando el trabajo y el bullicio diario me lo permite. Persigo al futuro con esperanza pero también con miedo y ahora después de que Google empezara a viajar solo, con cierta tristeza. Espero que algún día se junten de nuevo nuestros caminos y poder pagarla todo el cariño que me dio mientras fue conmigo.
Qué cosas pasan...que cerca estamos pero qué lejos. Sólo era eso, bueno pues nada, si tienes frío te presto mi abrigo, como ya hice en una tarde madrileña.
Un abrazo.

Jorge

viernes, 6 de mayo de 2022

Como pasa el tiempo

 Hoy revisando la nada me encuentro con todo. Sorpresa, estoy aquí. Algo que nace como terapia y que evoluciona hasta lo que es hoy. ¿Y tú que eres?

Yo soy más de cocacola que de kalimotxo, y aunque no ando algo perdido si que a veces me siento vencido. Debe ser la edad, llegar a la treintena es algo bonito, ya te tocará fiu, ya te tocará. Cuántos cambios y qué poco tiempo, cuánto tiempo y qué pocos cambios. No sé ni por donde empezar, la verdad que la vida es bonita y una hija de puta a partes iguales.

He cambiado de zapatos y de corte de pelo, pero sigo siendo el rey o al menos eso dice mi abuela. Una crack la señora María. Hecha esta entradilla hablando de nada prosigo a seguir con mi prosa carente de mensaje, o bueno solo con uno, sigo vivo.

Imagino que tú también, compañera en la distancia, aunque hace demasiado que no nos olemos. Imagino que sigas en Madrid, viviendo el sueño americano. Te imagino en un despacho de abogados importante (por ejemplo) pero sobre todo quiero imaginarte feliz. 

De verdad.

Pero de la buena.

Buenísima.

Y por qué digo esto, porque no te haces una puta idea de lo que me ha costado mi felicidad, pero muchísimo. También de verdad. Pero de la buena. Buenísima. He pasado una etapa muy jodida de mi vida y ahora valoro más las pequeñas cosas como los pitillos que no me fumo o las copas que no me bebo. Pero sobre todo valoro mi tiempo y mi felicidad, por eso me ocupo hasta el último segundo y vivo como si no hubiera un mañana, porque no lo hay.

Encara t'estimo.


sábado, 6 de julio de 2019

Ni gatos ni coherencia

Últimamente tengo sueños costumbristas, sueños de ajo y perejil, de café derramado. Sueños que me gustaría soñar a la hora de la siesta, que pegan más, no sé, que de noche. A la noche le van más el carnaval y el vino espumoso que la misa, la pompa, el boato. Las herejías, las faltas de ortografía y el clavel son personajes de la sombra, de una realidad que se sucede sin géneros. Las luces solo iluminan parcelas de asfalto. Ninguna pretende llegar a más, a nada. Lo cromático, en la noche, es un paso de tango y quebranto que se reafirma en la contradicción. Creo.

martes, 23 de abril de 2019

El niño con los dedos oxidados

Hace tiempo nació un niño, menudo y bonito que era muy feliz. Ese niño creció, buscando de cuando en cuando las sonrisas perdidas entre las pisadas del gentío. Buscando entre rostros uno con el que sentirse querido.

Pasaron algunos años, ese niño menudo y bonito que era muy feliz, dejó de serlo para empezar a parecerlo. Su rutina era sencilla: colegio, casa, deporte, casa.

El niño empezó a destacar y a exportar por donde iba un halo de victoria. Todo lo que intentaba hacer casi siempre lo conseguía, ese niño parecía muy feliz.

Tras unos años más ese niño perdió su arraigo, cambió de sitio en el que llenar su cabeza con datos inertes y con ello perdió su nicho. Cuando más solo se encontraba ese niño escribía, ese niño que parecía muy feliz ya no lo parecía, sólo lo forzaba para que su entorno no se preocupara.

El niño empezó una nueva etapa, conoció nuevas gentes y probó nuevos sabores de la vida, mordió manzanas disfrutando de sus jugos prohibidos. Ese niño forzaba mucho ser feliz, pero no lo era.

Tras unos años ese niño creció y ya no era un niño. Se había esforzado tanto durante tanto tiempo parecer feliz que era lo que mejor se le daba. Seguía desprendiendo éxito aunque se sentía frustrado, empezó nuevos proyectos, cambió y los dejó. Empezando y equivocandose. Ese no niño pasaba más y más tiempo en casa, las gentes que había conocido se fueron y él se sentía encerrado en un hogar demasiado pequeño, quería huir e incluso intentó que le siguieran, pero nadie le quiso escuchar, nadie le quiso seguir, a nadie le parecía importar.

Pasaron unos pocos años más, ese no niño ya era un adulto que no se veía como tal, que no se sentía como tal. Su disfraz de éxito y felicidad ya estaba desdibujado y roto por el exceso de uso de todos los años, él estaba roto por sus excesos de los últimos años. El tabaco, el alcohol y su pantalla eran sus únicos acompañantes, él necesitaba una compañía que parecía tener, pero se iba desvaneciendo con los días que pasaban.
Ese adulto necesitaba chillar y pedir ayuda, pero no podía, aunque lo intentara los últimos retales de su máscara perpetua se lo impedían , se le colaban hasta el estómago atando sus emociones, impidiendo que escaparan más lejos de su garganta.

Un día ese adulto tuvo el valor suficiente para susurrar que necesitaba ayuda.

Ese adulto tuvo dos años jodidos, pero empezó a sacar la cabeza del pozo. Tras pastillas y terapias ese adulto empezó a parecerse a aquel niño que era muy feliz.

Ese adulto que se sentía como un niño volvió a escribir, con los dedos oxidados pero sin ningún disfraz bajo el que esconderse.